jueves, enero 24, 2008

Asturias patria añorada

Estoy en el andén de la estación de Oviedo. Aquí hay un tren varado lleno de silencios. De repente se pone en marcha y va cruzando los paisajes de montañas verdes.

Al mismo tiempo, cruza los raíles un hombre, presagio de suicidio.

Ese hombre sencillo asume la distancia y su destino errante.

Conozco a ese hombre, sin nombre: es rebelde, solitario, se evade en una huida que siempre le lleva al mismo sitio, su isla huérfana de amor. Transita entre la estación y las vías, el tiempo y los espacios.


Yo soy ese viajero de ojos soñadores corriendo con su red por la pradera. Llevo un abrigo de lana y bufanda de rayas rojas y verdes. Persigo un sueño mágico, inalcanzable. Paso por la vida sobre la aguda arista del cotidiano alcance, y miro extasiado las flores, con beatitud de amante. Luego las plasmo en versos con tinta roja de mi sangre. Y os entrego el ramo envuelto en pergamino limpio, enlazado por los sonidos, ecos claros de las palabras puras.
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Hay un movimiento pendular acompasando el ritmo. En un extremo del vagón se cobija una realidad vacía. El grisáceo humo devora las imágenes que se columpian entre las páginas a medio escribir de un vaivén continuo.

El paso de las estaciones, como la vida, es un combate contra el tiempo.

Paisajes preñados de soledad y de añoranza.

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Me acuerdo de aquel huerto con cebollas, tomates y lechugas, plantados por mí hace tiempo. Ya no quedan ni huerto ni testigos que me hagan regresar a los sueños de mi infancia truncada. Solo queda un destino que empuja la carreta y un viento muy gélido del norte.

Yo he de volver a Asturias sin fronteras. Día, no lo sé, sin sufrimiento por el qué o por el cómo. No es mi oficio otro que el de ver, palpar todas las cosas, y fijar mis palabras en cientos de cantos.

Quiero oir el rio, cruzar siempre por aquel puente románico de aquella aldea, llamada Tebongo, que lleva la mitad de mi sangre.

Me acuerdo de aquella pequeña capilla de la aldea, había un altar don dos blancas palomas, las sostenía un marfil corpóreo, dando vida a una ardiente imagen que incitaba a la devoción.

Un pintor en la cima plasma en su lienzo un testimonio mágico e ignorado con frecuencia: esa adusta arquitectura de rocas junto al riachuelo.

También iré por el barrio viejo de Gijón, por mi señorial Oviedo...Me encantaría ir de barrio en barrio como un viejo pero aún fuerte caballo. Bajo el sol acariciar las piedras y las casas centenarias, y dejar que me miren o admiren esas mujeres de ojos abstraídos que beben y dormitan mientras cantan.